esa mancha en la camisa,
en la cena una mirada,
y en esa noche, sin prisas,
se le nota enamorada.
Y una camisa doblada, una mañanera brisa,
un adiós en una esquina con pena disimulada.
Y siempre, siempre, su risa.
El recuerdo de uno de esos momentos indeseados e indeseables en el que, él, trataba de ordenar su pensamiento, hurgó en el subconsciente y descubrió, tapada con el polvo de la confianza y la verdad que le cegaba, su soledad, crónica pero reversible. Y la paciencia injustificada ya no tuvo sentido...