lunes, 14 de diciembre de 2009
"El Tío Vito y los mastines II"
...Sentado en un sillón minbre, al lado del posadero que asa un trozo de carne, a la izquierda de un señor de Campanario que, pacientemente, teje uno de los serones que debe vender al día siguiente y en frente de Dagoberto Ribero, personaje extremeño, entrado en años, nacido en una localidad próxima a la ribera del río Sújar donde veneran a Santa María, vendedor de sal y de lo que se tercie, que contaba una de sus andanzas, estaba el Tío Vito, representando a uno de aquellos personajes que, cubiertos por la tenue luminosidad de un candil y arropados por la confortable melancolía de la lumbre, escuchaban:
-...La última vez que pasé por aquí -relataba Dagoberto Ribero- la chimenea no estaba tan concurrida.
- Peores tiempos hemos pasado -contestó el posadero muy relajado-.
- Por cierto... -continuó Dagoberto- ...recuerdo un caso que me ocurrió a raíz de esa última vez...
- ¡Haer! -exclamó el de Campanario-, ¿Qué te pasó?
- ¡Cuenta, cuenta! -dijo el Tío Vito con atenuada impaciencia-.
- Si no es más que uno de los sucesos curiosos que guardo en mi anecdotario -se hacía rogar Dagoberto-. El posadero, que sabía más por posadero que por viejo,
conocía muy bien al de la sal y averiguó por el entorno y el contexto que, como de costumbre, este deseaba contar su historia. Y siendo conocedor de la debilidad del personaje, amagó con un cambio de conversación, diciendo:
- Esta noche no hace mucho frío, ¡que digamos! -y acto seguido atenazó la presa, se la acercó a los labios y sopló fuerte para limpiarla de cenizas, mientras daba tiempo a la inquieta intervención de Dagoberto, que no se hizo esperar-...
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