Un profesor volaba en un globo, llamado currículum obligatorio.
De pronto se percató de que estaba perdido.
Tras maniobrar como pudo descendió un poco, y divisó a una persona en la calle.
Le preguntó, gritando:
"Disculpe, ¿podría usted ayudarme?
Prometí a unos alumnos que me encontraría con ellos al final de curso, llevo varios meses de adelanto, no sé donde están y, lo que es peor, no sé tampoco dónde estoy yo.
"Claro que puedo ayudarle. Usted se encuentra en un globo de aire caliente, flotando a unos 30 metros de altura entre los 40 y los 42 grados de latitud Norte, y entre los 58 y los 60 grados de longitud Oeste".
"¿Es Ud. informático?", pregunta el del globo.
"Si, señor, lo soy. ¿Cómo lo supo?"
"Porque todo lo que Ud. me ha dicho es "técnicamente" correcto, pero "prácticamente" inútil. Aún no sé qué hacer con la información que me ha dado y continúo perdido".
"Y usted debe ser un profesor, ¿verdad...?", contesta el informático.
"En efecto, lo soy. Pero, ¿cómo lo supo?"
"Muy fácil: no sabe ni dónde está, ni para dónde va, se ha subido al globo sin prepararse para ello, no tiene mapa, ni brújula ni reloj. Adquirió unos compromisos que no tiene ni idea de cómo cumplir, y espera que otro le resuelva el problema. De hecho, está exactamente en la misma situación en que se hallaba antes de encontrarme. Pero ahora, por algún motivo resulta... ¡que la culpa es mía!"
Pese a todo, aún hay un sector de profesores, cualitativamente importante, que mantiene viva la llama de la autoformación. Profesores de todos los niveles que no han dimitido de sus responsabilidades, que renuevan día a día la ilusión y el vigor mientras intercambian y reflexionan sobre experiencias didácticas, asisten a cursos impartidos por compañeros con éxito profesional, y que, sobre todo, siguen estudiando como si fueran un alumno, que ¡por fin! pueden hacerse las preguntas que libremente hubieran deseado que alguien les contestara cuando eran niños, adolescentes o jóvenes.